Nota del Transcriptor:
Errores obvios de imprenta han sido corregidos.
Páginas en blanco han sido eliminadas.
Guillermo Díaz-Caneja
MADRID
Imprenta de Ricardo F. de Rojas.
Torija, 5.—Teléfono 316.
1913
Es propiedad.
A losExcmos. Sres. Marqués de Ibarray Marqués de Laurencín.
Con el mayor cariño tiene el honor de dedicarlesesta modesta producción.
El Autor.
En el nombre del Padre, del Hijo y delEspíritu Santo: eso dije al empezar estelibro. ¡Que sea lo que Dios quiera!—pensé alconcluirlo.
Siempre he considerado un acto de soberbia,un atrevimiento enorme, la publicaciónde todo primer libro; pero consideroque ese atrevimiento llega á su colmo al tratarsede este mío.
Los que hoy son y valen, al publicar nuevasy mejores obras, han demostrado que lapublicación de su primer libro, ni fué acto desoberbia, ni atrevimiento inaudito: fué la consecuencialógica de sus grandes dotes literarias.
Yo, toda vez que mi anterior labor es demasiadomodesta, no sé si con el tiempo podréjustificar la publicación de mi primerlibro. ¡Dios lo haga!
Al decidirme á publicarlo, lo hago declarandode la manera más solemne que es elpeor de cuantos se han escrito, y que su autores el último de cuantos tomaron la plumacomo intérprete de sus ideas.
De cosas cortas lo compuse, pensandoque para probar tu paciencia, caro lector,ellas se bastan.
Si tu bondad es tanta que te permite leerlo;si tu paciencia no se agota antes de terminarlo,y si, en caso de hacerlo, sientes porsu lectura alguna complacencia, ella me recompensaráde las dudas y zozobras que meembargan; mas si sus páginas no lograron interesarteni un solo momento, sé indulgentecon el que las compuso... Después de todo,un libro más, ¿qué importa al mundo?
El Jefe del Negociado 2.º—el departamentono hace al caso—, sentado ante lamesa de su despacho, concluyó, sin duda, elestudio de unos documentos que tenía delante,por cuanto, colocándolos todos juntos,unos sobre otros, dejó caer sobre ellos, ámodo de pisapapel, su gruesa mano derecha;recostóse en el sillón que le servía de asiento,contemporáneo de Isabel II, como todos losdemás muebles que había en el despacho, ymeditó breves instantes; después, inclinandola cabeza hacia la puertecilla, siempreabierta, que ponía en comunicación su despachocon el que ocupaban los oficiales, formulóla siguiente pregunta, con recia voz debajo profundo:
—¿Quién tiene las tripas de Antonio Rodríguez?
Los oficiales, al oir la voz del Jefe, suspendieronsu tarea y se miraron unos á otros.
—¿Qué ha dicho?—preguntó en voz bajael más joven de ellos, llamado Gutiérrez, ásu compañero Martínez, que estaba sentadoante una mesa frontera á la suya.
—Pregunta por las tripas de no sé quién—respondióel interpelado.
Como quiera que el Jefe no obtuviese respuestaá su pregunta, apareció en la puertecillade comunicación, con los antes citadospapeles, formulándola de nuevo:
—He preguntado, que quién tiene las tripasde Antonio Rodríguez.
—Tú, Pepe, ¿no las tienes?
—No, hombre, no; ¡yo qué voy á tener!
—A que resulta que no las tiene nadie—refunfuñael Jefe.
—Yo no las tengo—v